Publicado en: RevistaES del Periódico Hoy (1 marzo 2014)
Quien podía pensar que Giacomo Casanova, el ilustre amante que dejó Venecia sin una virgen, no solo perdía la cabeza –y los pantalones- por las curvas de las más recatadas damiselas sino que volcaba igual pasión devoradora ante un plato de “crème brûlée”.
Claro que la versión de la popular receta que conoció el noble rufián fue la catalana, pues no se servía otra en el palacio del Conde Maldá, del que Casanova era huésped habitual en sus escarceos por Barcelona.
Y es que este postre de crema especiada y crujientísima corteza es tan antiguo como legendario. Emparentado con las natillas de la antigua Roma, su origen ha traído a la brecha a media Europa.
Los ingleses sacan su orgullo patrio para demostrar que un postre de estas características se servía en el prestigioso Trinity College de Cambridge, con -ni más ni menos- que el escudo de la institución grabado en el centro. Era la famosa “trinity cream” que más tarde se internacionalizó bajo el apelativo de “crema inglesa”.
Los españoles reinvindican para Cataluña la autoría de la crema y remontan su aparición hasta el siglo XIV y su mención en los libros de Sent Soví o de Coch (prestigiosos tratados de la cocina medieval). De hecho era el postre típico de la festividad de San José (19 de marzo), conocido popularmente como “crema de Sant Josep” y rebautizada tiempos después como “crema catalana”.
Si hablamos de “crème brûlée” nos tenemos que remontar a la Francia del siglo XVII, cuando el chef François Massiolot se explaya en los pormenores de su elaboración en la obra Nouveau cuisinier royal et bourgeois. Una receta a base de leche, nata y huevos, con vainilla y horneada, a diferencia de la versión española e inglesa que se cuece en el fuego.
El debate sigue abierto; tres orígenes para este fantástico postre que ha alcanzado -en repercusión internacional- al propio Casanova.
Y que nadie me tache de afrancesado si -por una vez- renuncio al catalán de mi origen en la receta que le propongo hoy: una “crème brûlée” aromatizada con el más afamado de los quesos galos. Un doble tributo a Francia y a su “savoire faire”.
Muy buena revisión histórica aunque eche en falta la mención a las natillas
Me gustaMe gusta