Publicado en la RevistaES del Periódico Hoy (25 ago 2012)
Ni en el más fantasioso de sus sueños Sir Francis Drake pudo presentir que pasaría a la historia no solo por su faceta de insigne corsario, honrado traficante de esclavos y amante –no oficial- de la mismísima Isabel I, además él fue el propulsor del famoso mojito.
Por aquellos albores del siglo XVI el caribe se hallaba revuelto. Las expoliaciones de oro, plata, perlas y todo lo que se encontrara al alcance era suficiente atractivo para desatar los más oscuros deseos, asaltándose unos a otros, y claro está eso no era tarea fácil. La vida pirata, corsaria o de cualquiera que se encontrara embarcado en navío era menos placentera sin la “tafia”, una precaria bebida procedente de la fermentación de la caña que sería el predecesor de nuestro preciado ron.
Fue un comandante de la flota del almirante el que decidió combinar la “tafia” con limones, azúcar, agua, menta y otras hierbas con el fin de mitigar el nada agradable sabor del aguardiente. Algo de boticario tendría porque con semejante combinación consiguió calentar el espíritu de sus marinos, rebajar el grado de alcohol con el agua, combatir el escorbuto –el famoso mal del marino- a base de la vitamina C del limón y refrescar el estómago con la mezcla de hierbas. Este mejunje fue bautizado con el nombre de “draque”, apelativo con el que los españoles llamaban a su temido contrincante y que pronto se popularizó por todos los mares.
El “draque” subsistió al desarrollo de la industria del ron. El perfeccionamiento en el destilado del licor de caña y añejamiento no logró terminar con él aunque si le cambió el nombre. Ya sería por tierras cubanas cuando tomó el diminutivo del popular aliño de limón, el “mojo” con el que en la vecina isla sazonan todo tipo de carnes, pescados y vegetales.
Hoy les propongo un mojito en toda regla, pero olvide su sorbete porque para la receta que les sugiero no lo va a necesitar. Convertiremos el famoso cocktail en un postre donde la combinación de sabores, texturas y temperaturas nos trasladarán a la Vieja Habana para en una de sus recónditas tabernas contemplar la célebre frase de Hemingway “My mojito in La Bodeguita. My daiquiri in El Floridita”.