Publicado en: RevistaES del Periódico Hoy (12 de Enero 2012)

«¿Has venido a matarme?» le preguntó Kaishu mirándole a los ojos.

«Antes de hacerlo, espera a que tengamos la oportunidad de hablar» sentenció con abrumadora templanza.

Después de aquella conversación no solo le perdonó la vida sino que se convirtió en su discípulo.

Katsu Kaisu fue el visionario reformador del Japón milenario y su pupilo, el gran Sakamoto, quien estableció las bases sociales para el cambio del legendario régimen feudal a una nación moderna abierta al mundo.

Corría el último tercio del siglo XIX, y unos pocos samurais surcaban las tierras del sol naciente, un territorio dividido, con clanes enfrentados y sin un líder a quien seguir. En tan arduo contexto Sakamoto desarrolló de igual manera el dominio de la katana y de la negociación, logrando en tiempo récord sentar las bases del nuevo Japón.

Pero poco se imaginaba el gran samurai que pasaría a la historia tanto por sus habilidades políticas como gastronómicas. Fue él quien, a partir de sus numerosos viajes a Europa, introdujo en la cocina nipona técnicas foraneas, fusionando la tradición culinaria japonesa con la de occidente . Quizás el más representativo plato de esta renovadora tendencia fue el tataki, curioso preparado que auna el arte de marinar el pescado crudo con la cocción a la parrilla, eso si dejando siempre el interior sin cocer.

Peculiar trayecto de ida y vuelta el de esta receta, cuando tatakis de toda índole invaden actualmente los menús de nuestros restaurantes más innovadores. Una visión iluminada la de Sakamoto, cuando influyentes se convierten en influidos, por algo lo apodaron «el samurai renacentista».

Hoy les sugiero traer los sabores de Japón a su mesa en una receta con aroma de sésamo, jengibre, wasabi o vinagre de arroz. Una propuesta tan deliciosa como ligera para estas épocas post-navideñas.

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