Publicado en: RevistaES del Periódico Hoy (30 de Agosto 2014)
Para muchos, el espíritu de Michael Jackson sigue presente. Los homenajes a los cinco años de su muerte han batido records de todo tipo. Pero parece ser que donde el Rey del Pop está más vivo que nunca es en el capítulo financiero. Su fantasma es una máquina de hacer dinero; con unos 600 millones de dólares en estos cinco años, es el artista muerto que más produce.
Además de publicar cualquier material inédito que se encuentra (de una maqueta salió su reciente hit post-mortem Xcape), gran parte de estos ingresos proceden de los derechos de autor, de los copyrights de sus canciones.
Ante la escalofriante cifra, no puedo dejar de preguntarme ¿Por qué en el mundo gastronómico no existe el copyright? ¿Podría un chef, una maison de champagne o un pastelero patentar sus creaciones? No me refiero a una experimental receta de Adriá, un platillo clásico de Escoffier, un millesimé o un sofisticado blend de Malta. Lo que me viene a la cabeza es que hubiera ocurrido si el brownie (y su receta) fuera una marca registrada y cada vez que se consume uno en el mundo, los sucesores de su inventor se llevaran algo de dinero al bolsillo. Seguramente se irían de bonche con los hijos de Michael Jackson, porque tendrían tantos cuartos como ellos.
¿Y los del ketchup, o del inventor del Gin tonic? Sin duda nadarían en dinero.
Pero la cocina y la gastronomía no funcionan así. Su creación es difícil de proteger porque tiene un componente individual muy alto. A todos nos ha ocurrido que, al hacer una receta y a pesar de seguir minuciosamente todos los pasos, el resultado no ha sido el esperado (por nosotros ni por el autor). La cocina no es una fórmula química donde tomas ingredientes, los manipulas y obtienes resultados. Trabajamos con elementos que son variables; un tomate tiene más agua que otro, distinto grado acidez, diferente tersura. Todos los hornos no cuecen igual, ni los calderos. Hay sal más salada que otra y orégano más perfumado. Por eso el autor –que no el creador- juega un papel primordial en el resultado y tiene casi tanto valor el que ejecuta como el que la piensa una receta.
Siendo sincero, me alegra que no tengamos copyrights, porque demuestra que la experiencia, la interpretación y el talento individual cobran en nuestro ámbito gastronómico un valor excepcional.
Hoy os traigo un gazpacho diferente. La receta clásica ha inspirado una ensalada, donde la deliciosa crema se transforma en aliño. Una receta que –seguro- pagaría un alto copyright.
Si, tienes razón. Interesante post.
Me gustaMe gusta