Publicado en: RevistaES del Periódico Hoy (15 de Octubre 2011)
De las cientos de historias que han caído en mis manos sobre el origen y la denominación del cebiche, les voy a confesar que aquella que me ha robado el corazón es la que atribuye su invención a las mujeres moriscas que fueron tomadas como botín de guerra por los Reyes Católicos en Granada.
Era por los albores del siglo XVI cuando la creencia de que los límites de la tierra iban más allá de la vieja Europa era una realidad, y el exotismo de un nuevo mundo invadía la imaginación de navegantes, aventureros y almas en busca de fortuna.
Cuenta el historiador Juan José Vega como un buen puñado de damas moriscas cautivas en Granada, desembarcaron en Perú acompañando las huestes de Pizarro. Fueron ellas las que agregaron el jugo de naranjas agrias al pescado crudo con ají y algas que preparaban los peruanos prehispánicos, naciendo así el cebiche. De ahí que la procedencia de su denominación pueda surgir de la palabra árabe «sibech», que es con la que se designa a la comida ácida.
Con el tiempo cambiaron las naranjas por los fragantes limones. Lo que permanece en la incógnita es que ocurrió con las algas. Probablemente quedaron en el olvido hasta nuestros tiempos, en los que gracias a la globalización y a la proliferación de restaurantes nipones, nos atiborramos de ellas con makis de distinta índole y procedencia.
Hoy les propongo un cebiche de los buenos, que actuará como un matiz más en una refrescante ensalada repleta de sabores ácidos.
Y no se preocupe por su ortografía, cebiche, sebiche o ceviche son algunas de las posibilidades a la hora de llamarlo, así que limítese a disfrutarlo.