Publicado en: RevistaES del Periódico Hoy (17 nov 2012)
Compartirán conmigo que en la parte culinaria de esta Edición Platino no podía tratar de otro tema que del lujo gastronómico. Pero antes de adentrarnos en tan pantanoso terreno les robaré dos minutos de su tiempo para preguntarles ¿Qué entienden por “lujo” cuando hablamos de gastronomía?
La respuesta es obvia. Seguro que se les ha llenado la cabeza de imágenes de suculentas langostas o añejos rones. Yo, como buen español he dibujado un buen jamón ibérico de bellota, de perfecta curación y carne veteada de grasita. Los más sibaritas habrán llegado hasta las fragantes trufas, el foie gras de oca o un buen filete de Kobe, todos ellos productos de un alto precio y producción escasa.
Pero estos dos elementos –precio y producción- han ido cambiando con los tiempos, las modas y las culturas. No entraré en el tema cultural porque podría llenar todas las páginas de esta revista (y Maribel me tiraría de las orejas) pero no dejaré pasar la oportunidad de comentarles como, por ejemplo, durante la primera mitad del siglo pasado las ostras eran consideradas uno de los manjares de lujo y hoy es un marisco que, no es que lo regalen por las esquinas, pero cuya adquisición no causa ningún descalabro en el presupuesto doméstico. Hoy come uno ostras cuando le apetece, quizás lo que resulta lujoso –caro- es el entorno. Las ostras, como cierta clase de señoritas, adoran el champagne.
Otros productos –siempre a contracorriente- han trazado el camino inverso. El bacalao, que tradicionalmente fue producto de alimentación básica y masiva, se ha convertido en la mejor carta de presentación de Noruega. El Skrey (variedad local) con sus anchos lomos de carne laminada, textura firme y jugosa ha subido valores –y precio- en el mercado del lujo. Por no comentar el humilde origen del caviar, que en el siglo XIII era únicamente consumido por los campesinos de las orillas del mar Caspio en las festividades religiosas, cuando se les prohibía comer carne.
Pero no nos engañemos, la escasez es solo un matiz del lujo y por fortuna su esfera va mucho mas allá. Valores como la tradición, artesanía o autenticidad desbancan a la ostentosa apariencia y convierten el lujo en una experiencia emocional. El énfasis ya no está en el precio sino en el valor de las cosas, en su calidad interna que nos transporta a otra dimensión. La era de la creatividad, el gusto por el detalle, la simplicidad de lo hecho a mano o el placer sensorial de las percepciones ha llegado. No queremos ser vistos como un rey, queremos vivir como reyes.
Les aseguro continuar con este tema pero no abandonaré estas líneas sin partir una lanza a favor del lujo de la simplicidad, del sabor auténtico, del producto artesano, fresco, transparente. Y como “para muestra un botón” les dejo mi sugerencia de hoy, una receta a base de sencillas clementinas. Un lujo para hacer y degustar.